A Bastian, con mucho cariño...
Hace mucho, mucho tiempo, en un reino muy lejano vivía una princesa llamada Lara, sencillamente Lara. Su belleza era indescriptible, de piel pálida y coloreadas mejillas, grandes ojos obscuros almendrados y una maravillosa sonrisa. Condescendiente y amable con sus súbditos y de trabo cordial y amable. A ella acudían las gentes cuando tenían una disputa ya que gozaba de una sagacidad inusitada y un buen y correcto criterio de la equidad. Sus súbditos confiaban en ella porque admiraban su amor por la armonía de las cosas y su persuasión garantizaba el éxito del pleito. Era una persona íntegra y de suma delicadeza al tratar los problemas de los demás. Sencillamente era un ser maravilloso tocado por la diosa fortuna.
Por todas estas cosas tenía muchos pretendientes, reyes y príncipes de todos los reinos acudía a palacio cada año para solicitar su mano sin fortuna alguna. Siempre tenía una excusa, porque ella esperaba su amor verdadero. Corrían tiempos difíciles. El miedo y los fantasmas eran presa de ella cada vez que alguien solicitaba esa gracia y sus padres, los reyes, se desesperaban. Lara era una persona alegre y risueña, confiada y entregada a sus quehaceres diarios y en su mente no cabían las riquezas o el agasajo. Tan solo quería ser feliz.
Un buen día, se encontraba en sus aposentos, absorta en sus pensamientos sin darse cuenta de la realidad. Soñaba que volaba. Soñaba que sentía. Soñaba que... Y mientras tanto un ratoncito la observada detenidamente en cada gesto y memorizaba cada facción de su cuerpo. Un ruido aparto a la princesa de sus pensamientos y reparo en el pequeño animal que tenía en frente y de repente soltó una sonora carcajada que asusto al ratón que huyó despavorido hacía su pequeño agujero, dejando fuera de el tan solo su hocico para husmear el aire en busca del olor humano para saber si ella se acercaba.
Lara busco desesperadamente ese gracioso animalillo sin fortuna. En ese momento decidió observar cada movimiento y cada sonido que se produjera en su estancia para así descubrir donde se escondía. Un buen día, mientras leía observo que algo se movía encima de su mesa. Se acerco sigilosamente y descubrió que allí estaba el ratoncito, deborando con avidez las migajas y pedacitos de queso que ella había dejado tras su almuerzo con esa precisa intención, despertar la curiosidad y el hambre del anima para así atraerlo. Lo observo largo rato. Una vez satisfecho y sin darse cuenta de que era observado volvió a su agujero. Esta vez la princesa si que descubrió donde se escondía el bichejo que tanta gracia le había hecho. Desde ese momento, todos los días dejaba un pedacito de queso cerca del agujero, tratando de que el ratón no arriesgara en sus incursiones en busca de comida, y así evitar ser descubierto por el mayordomo de palacio y así evitar que fuera cazado por este. El ratoncito observaba este hecho con gratitud y se dio cuenta que la princesa no tenía malas intenciones para con él. Un buen día se decidió ascender al lecho donde la princesa descansaba plácidamente, y acercándose a ella olió su cara con tan mala suerte que le hizo cosquillas con sus bigotes, despertando sobresaltada la princesa. Pero el raton no se asusto, pues tenía la certeza y no se equivocaba de que ella no le haría nada. Cuando la princesa descubrió al ratón sobre su almohada desplegó una plácida y agradable sonrisa que ilumino la estancia con su candidez.
- Buenos días ratoncito, dijo ella si esperar una respuesta.
- Buenos días princesa, dijo el ratoncito haciendo saltar a la princesa de su lecho con sorpresa y estupor.
En ese instante de asombro acerco su cara al animalito y lo observo, descubriendo unos ojitos negros y redondos que la miraban fijamente. - Entiendo tu sorpresa princesa Lara, nunca esperarías que un ratón hablara, pero es que yo no soy un ratón cualquiera. Soy un pobre labrador que bajo la influencia de un hechizo adopte esta forma.
- Pobrecito, replicó la princesa, - ¿y que puedo hacer por ti, cual es el antídoto para devolverte tu forma natural? .
- No puedo decírtelo, replicó con tristeza y los ojos humedecidos el ratón. - En eso precisamente esta la dificultad de mi hechizo, tendrás que descubrirlo por ti misma.
La princesa, al ver al ratoncito triste, le prometió que buscaría el remedio que le devolviera su cuerpo real.
Pasó el tiempo y el ratón y la princesa se hicieron muy amigos, ella le contaba todo lo que acontecía en palacio y él le contaba su vida anterior, así como las peripecias que había sufrido siendo ratón. Tanto llegaron a intimar que un buen día la princesa le dijo al ratón:
- Te diré una cosa ratoncito, tanto hemos llegado a intimar y tantas son las cosas bonitas que me has contado que siento algo especial por ti. Siento la necesidad de quererte, pero por tu condición no puedo, pero si fueras humano no tendría ninguna duda es escogerte como mi esposo, y entonces te diría que TE QUIERO.
En ese instante el ratoncito adopto la forma humana, beso a la princesa, y esta lo convirtió en el rey de su reino, viviendo felices y contentos para siempre.
Hace mucho, mucho tiempo, en un reino muy lejano vivía una princesa llamada Lara, sencillamente Lara. Su belleza era indescriptible, de piel pálida y coloreadas mejillas, grandes ojos obscuros almendrados y una maravillosa sonrisa. Condescendiente y amable con sus súbditos y de trabo cordial y amable. A ella acudían las gentes cuando tenían una disputa ya que gozaba de una sagacidad inusitada y un buen y correcto criterio de la equidad. Sus súbditos confiaban en ella porque admiraban su amor por la armonía de las cosas y su persuasión garantizaba el éxito del pleito. Era una persona íntegra y de suma delicadeza al tratar los problemas de los demás. Sencillamente era un ser maravilloso tocado por la diosa fortuna.
Por todas estas cosas tenía muchos pretendientes, reyes y príncipes de todos los reinos acudía a palacio cada año para solicitar su mano sin fortuna alguna. Siempre tenía una excusa, porque ella esperaba su amor verdadero. Corrían tiempos difíciles. El miedo y los fantasmas eran presa de ella cada vez que alguien solicitaba esa gracia y sus padres, los reyes, se desesperaban. Lara era una persona alegre y risueña, confiada y entregada a sus quehaceres diarios y en su mente no cabían las riquezas o el agasajo. Tan solo quería ser feliz.
Un buen día, se encontraba en sus aposentos, absorta en sus pensamientos sin darse cuenta de la realidad. Soñaba que volaba. Soñaba que sentía. Soñaba que... Y mientras tanto un ratoncito la observada detenidamente en cada gesto y memorizaba cada facción de su cuerpo. Un ruido aparto a la princesa de sus pensamientos y reparo en el pequeño animal que tenía en frente y de repente soltó una sonora carcajada que asusto al ratón que huyó despavorido hacía su pequeño agujero, dejando fuera de el tan solo su hocico para husmear el aire en busca del olor humano para saber si ella se acercaba.
Lara busco desesperadamente ese gracioso animalillo sin fortuna. En ese momento decidió observar cada movimiento y cada sonido que se produjera en su estancia para así descubrir donde se escondía. Un buen día, mientras leía observo que algo se movía encima de su mesa. Se acerco sigilosamente y descubrió que allí estaba el ratoncito, deborando con avidez las migajas y pedacitos de queso que ella había dejado tras su almuerzo con esa precisa intención, despertar la curiosidad y el hambre del anima para así atraerlo. Lo observo largo rato. Una vez satisfecho y sin darse cuenta de que era observado volvió a su agujero. Esta vez la princesa si que descubrió donde se escondía el bichejo que tanta gracia le había hecho. Desde ese momento, todos los días dejaba un pedacito de queso cerca del agujero, tratando de que el ratón no arriesgara en sus incursiones en busca de comida, y así evitar ser descubierto por el mayordomo de palacio y así evitar que fuera cazado por este. El ratoncito observaba este hecho con gratitud y se dio cuenta que la princesa no tenía malas intenciones para con él. Un buen día se decidió ascender al lecho donde la princesa descansaba plácidamente, y acercándose a ella olió su cara con tan mala suerte que le hizo cosquillas con sus bigotes, despertando sobresaltada la princesa. Pero el raton no se asusto, pues tenía la certeza y no se equivocaba de que ella no le haría nada. Cuando la princesa descubrió al ratón sobre su almohada desplegó una plácida y agradable sonrisa que ilumino la estancia con su candidez.
- Buenos días ratoncito, dijo ella si esperar una respuesta.
- Buenos días princesa, dijo el ratoncito haciendo saltar a la princesa de su lecho con sorpresa y estupor.
En ese instante de asombro acerco su cara al animalito y lo observo, descubriendo unos ojitos negros y redondos que la miraban fijamente. - Entiendo tu sorpresa princesa Lara, nunca esperarías que un ratón hablara, pero es que yo no soy un ratón cualquiera. Soy un pobre labrador que bajo la influencia de un hechizo adopte esta forma.
- Pobrecito, replicó la princesa, - ¿y que puedo hacer por ti, cual es el antídoto para devolverte tu forma natural? .
- No puedo decírtelo, replicó con tristeza y los ojos humedecidos el ratón. - En eso precisamente esta la dificultad de mi hechizo, tendrás que descubrirlo por ti misma.
La princesa, al ver al ratoncito triste, le prometió que buscaría el remedio que le devolviera su cuerpo real.
Pasó el tiempo y el ratón y la princesa se hicieron muy amigos, ella le contaba todo lo que acontecía en palacio y él le contaba su vida anterior, así como las peripecias que había sufrido siendo ratón. Tanto llegaron a intimar que un buen día la princesa le dijo al ratón:
- Te diré una cosa ratoncito, tanto hemos llegado a intimar y tantas son las cosas bonitas que me has contado que siento algo especial por ti. Siento la necesidad de quererte, pero por tu condición no puedo, pero si fueras humano no tendría ninguna duda es escogerte como mi esposo, y entonces te diría que TE QUIERO.
En ese instante el ratoncito adopto la forma humana, beso a la princesa, y esta lo convirtió en el rey de su reino, viviendo felices y contentos para siempre.